Con casi 40 años y una vida que no me proporcionaba
más que gratificaciones en el plano económico, buscaba un cambio. No me entiendas
mal, no es que no me gustara mi vida, no podía quejarme y no lo hacía, pero
desde hacía ya algún tiempo sentía un vacío difícil de explicarme siquiera a mí
misma. Los éxitos en el trabajo no
habían dejado lugar al amor y yo estaba convencida que el hueco de mi pecho
tenía forma de príncipe azul. Encerrada constantemente en el mismo círculo
social donde todos estaban emparejados y los que no lo estaban no despertaban
el más mínimo interés en mí, pensé que podía tomarme unas vacaciones, alejarme
de todo, aclarar mis ideas y tal vez encontrar a mi media naranja. Mi trabajo como
escritora permitía que mi descanso
contara con un número de días
considerable, así que me dispuse a preparar un tour por varios sitios
que siempre había querido visitar. Buscando destinos por internet vi una imagen
del “Taj Mahal” y creí que sería una buena idea comenzar mi periplo en busca
del amor yendo a visitar un monumento construido en conmemoración a tan ansiado
sentimiento. Los preparativos fueron rápidos y antes de darme cuenta estaba en
el aeropuerto de Agra y pocos minutos después en un lujoso hotel.
Después de un par de días sin salir de mi esporádica
vivienda, asustada por estar en un
paraje donde no conocía el idioma, donde estaba completamente sola y con tiempo
de sobra para pensar sobre si me había precipitado al tomar la decisión de
viajar, me forcé a dar un cambio de actitud. Decidí que si había optado por comenzar
mi aventura en un primer momento, era por alguna razón y que allí dentro
encerrada no iba a encontrar lo que estaba buscando.
Salí de mi habitación y con paso firme de dirigí
hacia la puerta principal. La primera imagen que vieron mis ojos al contacto
con la cruda realidad, me hizo parar en seco. El aspecto decrépito de la calle
no tenía nada que ver con la grandiosidad de mi alojamiento. El contraste entre
la pobreza exterior y la fortuna interior me dejaron tremendamente compungida.
Me quedé tan hundida que mi primera reacción fue
darme la media vuelta, retroceder sobre mis pasos para volver corriendo a
encerrarme en mi habitación y arreglarlo todo para volver a casa. Pero justo
mientras giraba, me di de bruces contra algo tan duro que por poco hace que
caiga redonda al suelo. Después del primer momento de atontamiento y al cerciorarme
que algo había evitado que mis labios besaran el pavimento de mármol del hall,
vi a un chico alto, moreno y con los ojos verdes más intensos que recordaba
haber visto en mi vida. Se disculpó un millón de veces por el tropiezo antes de
presentarse y yo hice lo propio. Su nombre era Josh y tras mil y un perdones más,
me invitó a tomar un té. Durante nuestro encuentro seguimos hablando de infinidad
de temas, entre otras cosas, me dijo que estaba en la India porque trabajaba
como profesor en un colegio creado por una ONG donde enseñaban a niños que de
otro modo no tendrían acceso a la educación. Allí acudían chiquillos que la
mayor parte del tiempo, debían trabajar con sus padres y solo podían estudiar
en sus ratos libres, pero también asistían los chavales que vivían en el
orfanato que estaba justo al lado, también creado por la organización para la
que trabajaba Josh. El proyecto al que se dedicaba mi recientemente conocido
amigo, llamó sobremanera mi atención y quedamos al día siguiente para que me
enseñara las instalaciones.
Ya por la mañana volvimos a encontrarnos y después
de desayunar en el restaurante del hotel nos dirigimos hacia el puesto de
trabajo de Josh. Todos los niños se arremolinaron a nuestro alrededor cuando entramos
en la escuela, saltando y riendo divertidos. Pese a las carencias que sabía que
tenían, no mostraban tristeza ni desanimo, sino todo lo contrario, sus sonrisas
iluminaban la habitación, hacían que el aspecto extremadamente humilde de la
estancia no importara en absoluto, solo importaban ellos y como se sentían
allí, seguros, felices.
La clase tenía que empezar y salimos para dejar a la
profesora del turno de la mañana que hiciera su trabajo. Fue entonces cuando
Josh me dijo que debíamos caminar un poco más para llegar al orfanato, donde
estaban los niños más pequeños, los que aún no podían ir al colegio.
Al entrar vi un montón de cunas dispuestas en filas.
El haber sido advertida con anterioridad de que la escena a lo mejor me
sorprendía, por lo atípica que podía resultar en comparación con la idea
prefijada que tenía de lo que era un orfanatos, por vivir donde vivía
habitualmente, no provocó en mi el pretendido efecto tranquilizado sino que
entrara un poco asustada a la estancia. Pero lo que observé al pasar alejó de
mi todo sentimiento de miedo. Y… ¿Sabes por qué? Porque lo primero en lo que me
fijé al entrar fue en una niñita de enormes ojos negros que llamaba mi atención
con graciosos aspavientos. Te vi a ti. Y en ese momento supe lo que había
estado buscando, lo que me había llevado hasta la otra punta del mundo. Tenía
que encontrarte. Sí que era amor lo que debía llenar el hueco de mi pecho, pero
el amor incondicional que ya siempre sentiría por ti. Mi pequeña Kaina.
En ese momento empezó un nuevo viaje, el que
emprenderíamos juntas para formar nuestra familia. Y hoy en tu undécimo
cumpleaños volvemos a viajar a la India, para que veas el lugar donde te
criaste los primeros meses de tu vida y para que veas el trabajo que mucha
gente hace por ayudar a otros niños como tú, con el amparo de la ONG de Josh, a
la que nosotras, nunca hemos dejado de
apoyar.
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