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Thursday, May 31, 2012

Y ENTONCES TE ENCONTRÉ


Con casi 40 años y una vida que no me proporcionaba más que gratificaciones en el plano económico, buscaba un cambio. No me entiendas mal, no es que no me gustara mi vida, no podía quejarme y no lo hacía, pero desde hacía ya algún tiempo sentía un vacío difícil de explicarme siquiera a mí misma.  Los éxitos en el trabajo no habían dejado lugar al amor y yo estaba convencida que el hueco de mi pecho tenía forma de príncipe azul. Encerrada constantemente en el mismo círculo social donde todos estaban emparejados y los que no lo estaban no despertaban el más mínimo interés en mí, pensé que podía tomarme unas vacaciones, alejarme de todo, aclarar mis ideas y tal vez encontrar a mi media naranja. Mi trabajo como escritora permitía que  mi descanso contara con un número de días  considerable, así que me dispuse a preparar un tour por varios sitios que siempre había querido visitar. Buscando destinos por internet vi una imagen del “Taj Mahal” y creí que sería una buena idea comenzar mi periplo en busca del amor yendo a visitar un monumento construido en conmemoración a tan ansiado sentimiento. Los preparativos fueron rápidos y antes de darme cuenta estaba en el aeropuerto de Agra y pocos minutos después en un lujoso hotel.
Después de un par de días sin salir de mi esporádica vivienda,  asustada por estar en un paraje donde no conocía el idioma, donde estaba completamente sola y con tiempo de sobra para pensar sobre si me había precipitado al tomar la decisión de viajar, me forcé a dar un cambio de actitud. Decidí que si había optado por comenzar mi aventura en un primer momento, era por alguna razón y que allí dentro encerrada no iba a encontrar lo que estaba buscando.
Salí de mi habitación y con paso firme de dirigí hacia la puerta principal. La primera imagen que vieron mis ojos al contacto con la cruda realidad, me hizo parar en seco. El aspecto decrépito de la calle no tenía nada que ver con la grandiosidad de mi alojamiento. El contraste entre la pobreza exterior y la fortuna interior me dejaron tremendamente compungida.
Me quedé tan hundida que mi primera reacción fue darme la media vuelta, retroceder sobre mis pasos para volver corriendo a encerrarme en mi habitación y arreglarlo todo para volver a casa. Pero justo mientras giraba, me di de bruces contra algo tan duro que por poco hace que caiga redonda al suelo. Después del primer momento de atontamiento y al cerciorarme que algo había evitado que mis labios besaran el pavimento de mármol del hall, vi a un chico alto, moreno y con los ojos verdes más intensos que recordaba haber visto en mi vida. Se disculpó un millón de veces por el tropiezo antes de presentarse y yo hice lo propio. Su nombre era Josh y tras mil y un perdones más, me invitó a tomar un té. Durante nuestro encuentro seguimos hablando de infinidad de temas, entre otras cosas, me dijo que estaba en la India porque trabajaba como profesor en un colegio creado por una ONG donde enseñaban a niños que de otro modo no tendrían acceso a la educación. Allí acudían chiquillos que la mayor parte del tiempo, debían trabajar con sus padres y solo podían estudiar en sus ratos libres, pero también asistían los chavales que vivían en el orfanato que estaba justo al lado, también creado por la organización para la que trabajaba Josh. El proyecto al que se dedicaba mi recientemente conocido amigo, llamó sobremanera mi atención y quedamos al día siguiente para que me enseñara las instalaciones.
Ya por la mañana volvimos a encontrarnos y después de desayunar en el restaurante del hotel nos dirigimos hacia el puesto de trabajo de Josh. Todos los niños se arremolinaron a nuestro alrededor cuando entramos en la escuela, saltando y riendo divertidos. Pese a las carencias que sabía que tenían, no mostraban tristeza ni desanimo, sino todo lo contrario, sus sonrisas iluminaban la habitación, hacían que el aspecto extremadamente humilde de la estancia no importara en absoluto, solo importaban ellos y como se sentían allí, seguros, felices.
La clase tenía que empezar y salimos para dejar a la profesora del turno de la mañana que hiciera su trabajo. Fue entonces cuando Josh me dijo que debíamos caminar un poco más para llegar al orfanato, donde estaban los niños más pequeños, los que aún no podían ir al colegio.
Al entrar vi un montón de cunas dispuestas en filas. El haber sido advertida con anterioridad de que la escena a lo mejor me sorprendía, por lo atípica que podía resultar en comparación con la idea prefijada que tenía de lo que era un orfanatos, por vivir donde vivía habitualmente, no provocó en mi el pretendido efecto tranquilizado sino que entrara un poco asustada a la estancia. Pero lo que observé al pasar alejó de mi todo sentimiento de miedo. Y… ¿Sabes por qué? Porque lo primero en lo que me fijé al entrar fue en una niñita de enormes ojos negros que llamaba mi atención con graciosos aspavientos. Te vi a ti. Y en ese momento supe lo que había estado buscando, lo que me había llevado hasta la otra punta del mundo. Tenía que encontrarte. Sí que era amor lo que debía llenar el hueco de mi pecho, pero el amor incondicional que ya siempre sentiría por ti. Mi pequeña Kaina.
En ese momento empezó un nuevo viaje, el que emprenderíamos juntas para formar nuestra familia. Y hoy en tu undécimo cumpleaños volvemos a viajar a la India, para que veas el lugar donde te criaste los primeros meses de tu vida y para que veas el trabajo que mucha gente hace por ayudar a otros niños como tú, con el amparo de la ONG de Josh, a la que nosotras, nunca hemos dejado de  apoyar.

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