La cúpula del
gobierno de China estaba infectada por la peor escoria de las cinco principales
familias de las Tríadas. Mi caso como infiltrado había durado más de tres años.
Empecé como becario, desde abajo, para no levantar sospechas. Me costó casi
dieciocho meses y un último argumento perfecto en el caso de las expropiaciones
del centro de Taiwán para entrar en la camarilla de abogados, como miembro de
pleno derecho. Sin embargo, algo se me escapó. Estar las veinticuatro horas del
día alerta tiene sus limitaciones y no vi venir la trampa que se cernía sobre
mi cabeza. Fue a la salida del restaurante. Lo que parecía una pequeña
manifestación pro derechos civiles, pronto se convirtió en un tumulto en toda
regla. Entre el gentío, en un primer
momento, a penas noté el pinchazo. Pero ahora, tirado en la acera, la pérdida
de sangre, empieza a ser un problema.
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