“En
un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo
que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco
y galgo corredor”. Fernando leía en voz alta para comprender mejor el significado
de las palabras, iba despacio y raramente lograba terminar un párrafo sin
atascarse. Miraba las páginas del libro que aún le quedaban por delante y se
ponía nervioso. Ahora pensaba que tal vez, sí debió hacer caso a “El
bibliotecario” y empezar con una obra más sencilla. Hacía mucho tiempo que no
tenía un libro entre las manos y empezar con un volumen de esa categoría era
todo un reto. Pero de todos modos, a él, nunca le había gustado ir por el
camino fácil. Solo hacía falta echar un vistazo a los últimos años de su vida para comprobarlo.
Pese
a todo, siempre le había llamado mucho la atención la historia de “El Quijote”,
así que no renegaba de su elección. Incluso una vez, fue a ver una
representación teatral en la que su sobrina hacía el papel de Dulcinea. ¿Por
qué no aprovechar ahora la oportunidad de poder disfrutarla por sí mismo, sin
ningún tipo de intermediarios que la adornaran con florituras propias? Sus
decisiones, le habían jugado malas pasadas, pero al menos le ofrecían en
contrapartida aquellas pequeñas satisfacciones.
Estaba
deseando llegar a la parte de los molinos de viento, en la que Don Quijote cree
estar luchando contra gigantes. En alguna ocasión, él mismo había estado en
situaciones que no había podido controlar o que veía de un modo diferente a
como las veían el resto de personas y en ese sentido se sentía tremendamente
identificado con el protagonista. Sabía que no iba a encontrar una respuesta
milagrosa entre las páginas de un clásico de la literatura, como sí habían asegurado
encontrarla algunos de sus compañeros en la Biblia. Pero tenía curiosidad por
ver como describían esos momentos en los que la realidad del personaje
principal se alteraba, esperaba hallar alguna similitud con su propia
experiencia y así lograr o por lo menos intentar comprender, por qué volvía a
autoimponerse, una y otra vez, esa existencia engañosa, por qué esa fue para él,
durante tanto tiempo la única forma de sentirse feliz.
Las
drogas no eran algo que El Quijote y él tuvieran en común, de eso estaba
seguro. La percepción alterada del caballero manchego seguramente se debería a
algún tipo de enfermedad psíquica, tal vez a una intoxicación, no sabía si
descubriría eso conforme avanzara la historia, pero estaba seguro que el THC de
la marihuana o el LSD no tenían nada que ver.
Para
él, en cambio, tenían que verlo todo, por lo menos en lo referente a su pasado.
Había partes de éste que no conseguía recordar y otras que deseaba que se
hubiesen borrado de su mente para siempre. La peor imagen de todas las que le
rondaban por la cabeza era la cara de su madre, la primera vez que le pilló robando
dinero de su bolso. Veía esa mirada llena de tristeza, vergüenza y decepción
cada vez que cerraba los ojos. Tampoco olvidaba la larga charla que tuvo con su
hermano la noche antes del juicio y como no supo qué contestar cuando la
pregunta: “¿por qué no acudiste a mí?” salió de sus labios.
Eran
cosas que ya no podía cambiar. Ya no podía cambiar el haber querido obtener el
dinero que necesitaba cultivando su propia mercancía y viajar a Portugal para
que unos compradores que apenas conocía la probaran y le dieran el visto bueno,
ya no podía cambiar el mostrarse inquieto en la frontera cuando los agentes de
aduanas decidieran cachearle en un registro rutinario y que al sentirse
descubierto tratara de huir, obligando a los policías a que le redujeran con
una “Taser”. Ya no podía hacer nada para borrar las decepciones y las malas
obras del pasado, pero podía intentar ser mejor persona de ahora en adelante. Iba
a procurar enmendarlo todo y empezaría por retomar sus estudios dónde los dejó.
La cárcel tenía programas extraordinarios de reinserción para los presos y con
un poco de esfuerzo en unos meses conseguiría aprobar el graduado. Quién sabe,
ahora era El Quijote, tal vez en un futuro, pudiese enfrentarse a una carrera
universitaria.
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