Search This Blog

Friday, May 18, 2012

EL PRISIONERO DEL CIELO


Desperté en una ciudad desierta, al principio no la reconocí, tan fría, tan silenciosa, pero pronto caí en la cuenta, era mi ciudad, en la que me había criado, dónde viví mis primeros amores y mis primeras decepciones, en la que después formé una familia y finalmente hallé mi desenlace dramático de la mano del cáncer de colon. Recuerdo que pensé que si la eternidad era eso, no podría imaginar nada peor. Pero sí que lo había. Antes de tener tiempo de acostumbrarme, los guardianes del paraíso vinieron a por mí, me sacaron de la sala de espera y me insertaron en mi “edén” particular.
Nunca creí que morirse sería así. Estar atrapado en tu propia vida, sin poder vivirla. Pasar día tras día caminando sin rumbo, entre todo aquél que alguna vez, significó algo para ti, sin que nadie notase tu presencia.
Cada amanecer, con mortuoria monotonía comienza la jornada. Sin que le haya dado tiempo a caer del todo a la anterior se desprende ante mí una nueva hoja del calendario. Es un nuevo día, pero parece ser siempre el mismo.
Sentado en el marco de la ventana veo como la oscuridad de la noche deja poco a poco paso a la claridad del alba. Los primeros rayos de sol se reflejan en la mejilla de mi esposa, que luce tan bella como hace años, cuando la conocí. Aquella tarde de verano, en la feria, una pequeña tormenta nos sorprendió, todo el pueblo comenzó a correr en busca de refugio, pero ella se quedó allí recibiendo la lluvia como un regalo y esperando a que la luz volviera a iluminarnos. Yo me quedé mirándola, no podía hacer otra cosa, aunque hubiera sido el peor de los diluvios, yo habría esperado a su lado, su mirada tenía eso, inspiraba confianza, si ella creía que el sol volvería es que lo haría. Pasó lo mismo con mi enfermedad, aunque se equivocó y finalmente no me recuperé, su mirada me dio esperanza y en ningún momento tuve miedo porque ella permaneció a mi lado.
A las siete de la mañana suena el despertador. No es una alarma histriónica, está programado para que lo primero que oigamos sea RNE y es por eso que la voz familiar del periodista Juan Ramón Lucas es la que me abstrae de mi profundo ensimismamiento y despierta a mi mujer de su placido sueño. Se levanta y va a las habitaciones de los críos, los despierta con dulzura. Yo la sigo a pocos pasos de distancia, observo todos sus movimientos, como si tuviera que aprenderlos de memoria, como si en cualquier momento pudiera desaparecer ante mis ojos y solo me fueran a quedar los recuerdos para tenerla conmigo.
Se arreglan para seguir viviendo su vida. Un día decido seguir a mi hija mayor a la universidad, al siguiente voy con Hugo al instituto, otro voy con los gemelos a la guardería. Pero la mayor parte del tiempo lo paso con mi mujer, Lola, en casa, la noto, tan sola. Ella va limpiando la casa, sale a comprar, no hace nada especial.
Hoy he notado algo diferente. Mi mujer no ha dejado sonar la radio una vez se ha despertado. No sé muy bien el motivo, pero en seguida me ha venido a la mente que podría ser porque le recordaba mi ausencia. Más que el hecho de que ya no estuviera con ella, el que si pudiera sentirme presente de algún modo. Se ha sentado frente al espejo y ha empezado a maquillarse. Hacía tiempo que no quería sentirse guapa, aunque para mí, siempre estuviera perfecta. Después de dejar a nuestros hijos en sus respectivos destinos no ha vuelto a casa. En un principio, he supuesto que tendría algo que hacer, pero se me ha roto el corazón, ese mismo que ya no late en mi pecho, cuando he comprobado que ha quedado con otro hombre, uno de nuestros mejores amigos. He estado prácticamente acechándola, queriendo que siga por siempre cerca de mí y no me he percatado de lo mucho que se había alejado ya.
Todo el mundo continúa sin mí, yo no puedo reprocharles nada, pero tampoco puedo evitar sentirme prisionero en mi propio cielo.

No comments:

Post a Comment