Oigo los pasos sobre mi cabeza, no sé durante cuánto
tiempo este escondrijo será seguro. El olor a madera quemada de las antorchas
provoca que mi mente cree imágenes de mi próxima e inevitable muerte. Llevo
varios días sin dormir, ya no puedo diferenciar si las macabras
representaciones son producto de mi imaginación o del poder premonitorio que ha
despertado esta despiadada y sangrienta cacería. De pronto la protectora
oscuridad de la bodega subterránea empieza a desaparecer y da paso a la temida
claridad del fuego que portan los miembros que conforman mi particular
Inquisición. Me encuentran acurrucada en una esquina, pero esto no calma su sed
de sangre, no les parezco menos peligrosa. Me arrastran hacia la calle. A lo
lejos, veo el amasijo de maderas que pronto será una gran incineradora, dónde
me convertiré en un puñado de cenizas que vaguen por el aire, en busca del
emplazamiento en el puedan volver a juntarse y así dar lugar a mi próximo renacer. Forzosamente la
historia se repite, creí que este viaje sería distinto, que las gentes del
siglo XXI serían diferentes.
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