Noto como el virus inunda mi cuerpo, poco a poco.
Oigo al resto de mi grupo al otro lado de la puerta, aún tienen ganan de reír y
bromear pese a la última emboscada, no ha habido bajas o al menos eso es lo que
ellos piensan. He ocultado bien mi herida y me he escondido en el baño con una
pistola. No quiero seguir vagando por ahí sin ser yo mismo. Ese engendro me
pillo desprevenido pero por nada del mundo seré como ellos. Me miro al espejo
para comprobar el avance de la enfermedad, el cristal me devuelve una imagen que
ya empieza a no ser yo. Los ojos inyectando en sangre, el sudor frío que cubre
mi frente y mi tez que se vuelve pálida, casi grisácea, por segundos. Me
acomodo en una esquina, intentaré morir todo lo dignamente que se pueda morir
al lado de un retrete. Introduzco el cañón en la boca y aprieto el gatillo.
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