Ahogo un grito para que
no salga por mi garganta y acabe rompiendo la atmósfera claustrofóbica que me
rodea. Solo faltan unos minutos para el comienzo de mis vacaciones y sería
conveniente tener un lugar al que regresar tras su finalización. El reloj de la
pared marca las tres. Sin despedirme, salgo disparada de mi cubículo. Cierro la
puerta del ascensor antes de que nadie más pueda entrar, cultivar las
relaciones sociales no es algo que me importe ahora. Me meto en el coche. En pocos
segundos estoy fuera del parking. Conduzco sin rumbo fijo, con las escasas
pertenencias que cogí esta mañana antes de salir de casa, cuando me asaltó de
improviso el impulso de huir. Bajo la ventana, dejo que el aire roce mi cara.
Suelto la coleta que recogía mi pelo. Se me eriza el cuello de la nuca al suave
contacto con los mechones de cabello sueltos. Por primera vez un mucho tiempo
me siento libre.
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