“El Campeón” no llegó a ver su siguiente cumpleaños.
Su corazón estalló como un gran petardo horas después de su última pelea. Era
una persona excéntrica. Entre sus últimas voluntades pidió ser enterrado con
una chancla negra y otra blanca, sus calzoncillos de boxeo y su brillante
albornoz azul eléctrico. De entre el
resto de abogados de la liguilla no profesional, él me eligió a mí para que
administrara su herencia. Mientras repaso todo este papeleo no puedo evitar
pensar que, tal vez, si me lo hubiera tomado con más calma sobre el ring, ahora
seguiría vivo.
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