Nunca me había encontrado cómodo siendo la persona
que da el veredicto sentencioso. Es por eso, entre otras cosas, por lo que
decidí estudiar derecho. Había para mí algo reconfortante en que fuera otro, el
que después de exponer mi entramado laberinto de defensa, quién, como en una sucesión
perfecta, decidiera el destino de mi cliente, a ser posible, finalmente
inocente. Pero las triquiñuelas del destino son tremendamente caprichosas y
hoy, me encuentro preso de los grilletes de la constitución, frente a un
prolífero yacimiento de dudas y sin poder paliar el terrible sueño que se
apodera a pasos agigantados de cada poro de mi piel. SOY JURADO.
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