Una bomba sucia había explosionado hacía ya un par
de décadas y más de la mitad del país aún sufría los daños.
Aunque a tenor de las apariencias nadie podría
decirlo, las más horribles consecuencias de la catástrofe estaban enterradas
bajo tierra, literalmente.
Miles de personas habían sido exiliadas al subsuelo
de las ciudades a causa de sus deformidades y de enfermedades que por
ignorancia se creían infeccionas y estos, bien por resignación, bien por
vergüenza habían decidido vivir sus vidas en las oscuras, sucias y húmedas
nuevas ciudades que se habían formado bajo la civilización.
“Dientes” era un niño de 11 años al que todo el
mundo llamaba así porque nació sin labio inferior, lo que dejaba al descubierto
sus dientes inferiores y sus encías. Tenía los ojos azules y el pelo lacio y
rubio. El chico, estaba buscando comida como cada mañana. Si tenía suerte, un
“extraño”, que así es como llamaban a la gente que vivía en la superficie,
habría tirado un bocadillo a medio comer cerca de algún respiradero. Si no era
así, tendría que cazar alguna rata, tal vez un topo o lo que era peor y sólo
hacia cuando tenía mucha hambre, debería salir por el agujero del desagüe del
rio a ver que podía encontrar en el exterior. Deseaba no tener que llegar a
eso, no le gustaba la luz del sol y sobre todo no le gustaría encontrarse con
alguno de esos niños “extraños” que jugaban en el bosque.
Eric tenía 10 años. Su madre siempre se empeñaba en
cortarle mucho el pelo, pero sus rizos se negaban a que nadie los escondiera y
siempre terminaba por aparecer alguno rebelde por su cabeza. Sus ojos eran muy
oscuros, tanto como la parte del bosque en la que ahora estaba y en la que no
debía estar. Los niños tenían prohibido llegar tan lejos, pero su pelota
favorita había desaparecido entre los matorrales y sin darse cuenta se había
despistado buscándola.
Eric tenía miedo de que apareciera uno de esos
monstruos subterráneos de los que le hablaban sus hermanos mayores, pero por
otro lado, era su pelota favorita.
“Dientes” finalmente tuvo que salir a buscar comida.
Caminaba con los ojos entrecerrados y
con una mano a modo de visera apoyada sobre la frente a causa del sol,
mientras, Eric iba caminando mirando al suelo buscando su pelota y ninguno de
los dos se percató de la presencia del otro hasta que chocaron de frente. El
golpe que se dieron fue tal, que los dos cayeron de espaldas desconcertados durante
varios segundos.
-¡¡Madre mía!! ¡¡Que dolor
de cabeza!!- decía “Dientes”.
-Yo no me he hecho
cosquillas precisamente, ¿sabes?- contestaba Eric cuando de repente empezó a
reír.
-Pues cualquiera lo
diría… ¿De qué te ríes? ¿Si se puede saber? - Preguntó “Dientes” entre
intrigado y un poco enfadado.
En ese momento, ambos niños se miraron fijamente,
cosa que no habían hecho hasta entonces y comenzaron a gritar al unísono.
-¡¡Eres
un “monstruo subterráneo”!!- gritó Eric.
-¡¡
Yo no soy ningún monstruo!!- Le contestó “Dientes”- ¡¡Tú eres un “extraño de la
superficie”!!
-Bueno…en
realidad me llamo Eric, es más corto que “extraño de la superficie” y tu
supongo que no eres ningún monstruo subterráneo aunque estés tan sucio… ¿Cómo
te llamas?
-Vivo
en los túneles, pero no, no soy ningún monstruo, me llamo “Dientes”.
-Que
nombre más raro…
-No es más raro que
Eric. ¿Qué significa? A mí me pusieron mi nombre porque se me ven mucho los
dientes y por eso me reconoce todo el mundo. No hay nadie que se llame igual.
Soy diferente. ¡¡Soy guay!! ¿Qué significa Eric?
-Pues no lo sé. Me lo
pusieron mis padres.
-Y… ¿qué haces aquí,
tan adentrado en el bosque?- preguntó “Dientes”
-He perdido mi pelota
favorita. Estaba jugando y de repente botó y desapareció por los matorrales.
-Yo conozco bien el
bosque, si quieres te puedo ayudar a buscarla. Ahora estamos en un claro, pero
por allí- dijo señalando hacia los árboles- está muy oscuro y si no sabes por
dónde andas puedes caerte y hacerte
daño.
-Sí, ya me he dado
cuenta de lo oscuro que está. Da un poco de miedo. Y yo casi nunca tengo miedo
de nada- añadió Eric sacando pecho.
-Ya, claro- contestó
con un poco de sorna “Dientes”- Ya lo veo. Pero bueno, vamos antes de que sea
más tarde, que tengo que buscar algo de comer, que ya va siendo hora.
-¿No te ha puesto nada
tu madre para almorzar?- Preguntó Eric inocente.
-¡¡Mi madre no me
prepara ya la comida hombre!! ¡¡Yo ya soy mayor!!
-Si
quieres yo puedo darte la mitad del mío. Mi madre siempre me pone más de lo que
me puedo comer y siempre acabo tirando algo.
-¿Tiras
la comida?- se extrañó “Dientes”.
-Solo
lo que ya no me puedo comer - contestó Eric.
-Y
¿Por qué tu madre no te pone menos para que no tengas que tirar nada?
-Pues
la verdad no sé. Supongo que como nunca nos ha faltado…
-Pero
podría pensar que hay gente a la que si le falta.
-Supongo
que no se lo ha planteado.
-Supongo…
Bueno ¿Qué te parece si nos comemos tu almuerzo y luego buscamos tu pelota?
-Pues
me parece perfecto.
Los dos niños pasaron el resto de la mañana juntos.
Comieron entre risas y se contaron historias el uno al otro de cómo era vivir
como lo hacían con sus familias, con sus amigos, en sus mundos tan diferentes
estando tan juntos al mismo tiempo. Lo estaban pasando tan bien que apenas se
acordaron de que tenían que buscar la pelota de Eric y ya se estaba haciendo
tarde. Entonces sonó la melodía de un móvil y los devolvió al mundo real.
-¿Sí?
Hola mamá…No, no me había dado cuenta de que era tan tarde…vale, vale… ahora
mismo voy…Si mamá, tendré cuidado. Yo también te quiero. Ahora nos vemos.
Adiós.
-¿Ya
te vas? Pero aún no hemos encontrado tu pelota.
-Es
verdad…- recordó Eric.
-No
te preocupes. Si quieres yo puedo buscarla y mañana puedes venir y te la doy.
-Pero
mañana tengo que ir a clase. Bueno, puedo pasarme cuando termine.
-¡¡Vale!!
Pues aquí estaré. Espero que con tu pelota.
-Yo
también lo espero. Es mi favorita.
-Si…Ya
me lo has dicho pesado…- contestó “Dientes” riendo.
Al día siguiente, “Dientes”, estuvo toda la mañana,
buscando la pelota de Eric. Finalmente la encontró cerca de la salida del
desagüe del río. No entendía muy bien como podía haber llegado hasta allí, Eric
no se había alejado tanto. Tal vez algún animal del bosque jugando con ella la
arrastró hasta la orilla. Pero, ¿justo hasta la orilla por la que él salía para
llegar al bosque? Y tampoco recordaba haberla visto esta mañana cuando pasó por
ahí.
Recordó un dicho que siempre repetía su abuelo “las
cosas pasan siempre por alguna razón”. A lo mejor, Eric había perdido su pelota
porque ellos tenían que conocerse y hacerse amigos. Se dio cuenta entonces de
que se había hecho amigo de “un extraño de la superficie”, se dio cuenta de que
los seres a los que tanto había temido no causaban ningún miedo. Eran iguales
que él. Sólo que vivían en otro sitio y tenían costumbres diferentes.
Vio a lo lejos como Eric se acercaba corriendo. No
se había dado cuenta hasta ahora de las ganas que tenía de que llegara y a él
también se le veía con ganas. Si, definitivamente eran amigos.
-¿Has encontrado mi
pelota, “Dientes”?
-¡¡Pues claro!! ¿Lo
dudabas?- Dijo él lanzándosela.
-¡¡Que guay!!- Exclamó
Eric.- He traído algo de comer. ¿Te apetece?
-La verdad es que tengo
hambre, sí- sonrió “Dientes”.
Se sentaron a los pies de tronco en claro del bosque
y disfrutaron de la merienda mientras reían y compartían anécdotas.
Ya han pasado 70 años desde el día en el que los dos
amigos se conocieron. Las cosas entre las civilizaciones no han cambiado. Los
“monstruos subterráneos” tienen miedo de encontrarse con los “extraños de la
superficie” y viceversa. Pero “Dientes” y Eric siguen quedando cada tarde para
hablar de sus cosas y compartir su comida como buenos amigos, porque a su
parecer, no hay diferencias. Son iguales.
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