Era un tipo realmente peculiar el tal Raimon Pizo.
Se ganaba la vida tocando el saxofón en un tugurio de mala muerte y en sus
ratos libres ejercía de abogado. Me lo recomendó mi cuñado, ludópata
empedernido. Según él, no debía fiarme de las apariencias, contratarle, era
apostar por un caballo ganador. A mí, la razón me decía que siguiera buscando,
que seguramente podría encontrar algo mejor, incluso buscando en las páginas
amarillas, pero la expropiación de mi casa estaba a punto de hacerse efectiva,
no me quedaba tiempo.
Pues, la verdad, no me preguntéis como lo hizo, pero
el señor Pizo, consiguió que me perdonaran toda la deuda, a cambio de la dación
de los derechos de un botón del antiguo uniforme militar de mi abuelo, guardado
en un cajón, desde que éste, hace años, me lo dejará como única herencia.
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